jueves, 2 de febrero de 2012

Evan (X)

- CAPITULO 10 -

BRIANA

El sabor de su sangre, tan dulce y suculenta, aviva mi apetito, aún después del generoso banquete de hace unas horas. La muerdo violentamente, y su sangre se despliega sanadora por mis venas, acelerándose así la curación de los desgarros de mi hombro. Me excita tanto el ritual que me requiere una buena dosis de autocontrol separarme de ella. Sus pataleos aminoran con cada sorbo mío y en un par de minutos deja de forcejear, una muñeca de trapo entre mis brazos, inconsciente, todavía tibia, viva.

Relamo sus heridas, que cicatrizan casi al instante, y me sonrío vanidosa contemplando la magnitud de mis poderes.

Tantos años rastreando sin éxito a Evan, buscando un indicio, una brecha de debilidad en su entorno que nos condujera a su captura y algo tan ordinario como una insignificante humana lo va a permitir. Quien lo iba a creer.

-Evan, Evan, Evan- susurro con voz suave meneando la cabeza- enamorado.

Olfateo el aire percibiendo su característico y masculino aroma, y una cálida humedad se instala entre mis piernas, como siempre que lo siento cerca.

.Vámonos!, ya! -Le ordeno a Kirios al tiempo que arranco la moto con la desfallecida humana a cuestas.

Los ojos del renegado vampiro, mas azules y fríos que nunca se clavan en mi, impotentes, mientras desaparecemos de su alcance avenida abajo.

Jugando a la táctica del despiste con mi cazador, emprendo el vuelo con mi valiosa rehén, mientras mi escolta continúa la ruta por la calle 42, a 150Km/h.

Presiento el amanecer en cada partícula de aire que roza mi cara y un incómodo hormigueo azota mi espinazo. Debo darme prisa.

Llego al lago. Paisaje de oscuras y frías aguas otoñales, custodiado por majestuosas montañas nevadas y abetos que se elevan hacia las nubes. Sofisticado disfraz encubriendo la entrada de la fortaleza de Alastor. Defendida por un complejo sistema de seguridad, oculta la más lujosa de las mansiones.
El excéntrico rey, me recibe con una sonrisa maquiavélica y la mirada fija en la humana.

-Bienvenida querida, excelente trabajo!- Se frota las manos con la excitación de un niño y le sonrío morbosa.

- ¿Lo dudabas? Soy la mejor, milord.

- Llévala a la número 4, mi dulce asesina- recita con voz cantarina acariciándome el pelo tiernamente- Haz que se sienta como en casa.

Los tacones de mis botas repican contundentes sobre los refinados suelos de mármol. Intrincados arcos coronan cada una de las estancias que cruzamos, iluminadas por exquisitas arañas de cristal. Delicados tapices, recopilados a lo largo de tantos siglos, visten sus paredes y muros de piedra, y enormes puertas de roble macizo se abren y cierran mágicamente a mi voluntad.

Llego al ala este de la residencia, destinada exclusivamente a los menesteres de la milenaria orden secreta presidida por mi mentor. Compuesta por un selecto y reducido número de vampiros, los 15 más antiguos y poderosos del país  que ambicionan desde tiempos inmemoriales, las ventajas genéticas de las que gozan los humanos. Sometidos cruelmente a los caprichos de la genética e incapaces de procrear, la orden de Alastor nos proporciona las armas necesarias para dicho objetivo.
Privilegiada donde las haya, a mis 200 años soy la miembro más joven y reciente del clan. Mis poderes han superado todas las expectativas y puedo sentenciar orgullosa que soy una de las vampiras más poderosas del mundo. Me temen, me respetan y, también, me envidian.

Dejo tras de mí, bibliotecas, laboratorios y por supuesto la antesala de ceremonias y rituales.
El pasillo de las celdas se alza estrecho y lúgubre frente a mí y me encamino hacia la cámara indicada al tiempo que la mujer recupera poco a poco la consciencia. Se revuelve en mis brazos como una ratita asustada y la amordazo con mi mano acallando sus quejidos.

- Bueno niñita, el mejor alojamiento para la más ilustre de nuestras invitadas- digo con sorna.

La empujo con relativa suavidad mientras me mira con ojos alarmados.

-No comprendo que pudo ver Evan en ti- le espeto con desdén cuando cierro la pesada puerta de acero.

Me alejo del sitio escuchando sus gritos e inútiles súplicas tras de mi.


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